domingo, 16 de octubre de 2011

Aprendió menos

(Texto escrito para la clase de Tradición oral, V semestre, Licenciatura en Lengua Castellana, Uniminuto)




"qué tal que nos acordáramos de todo lo que nos enseñaron en el bachillerato."

Estanislao Zuleta, Sobre la Lectura, 1982














"Cuando era niño salía de paseo con mis papis a la finca” (típico cuento de clase media bogotana en los 90s) fuera de la selva de concreto, tomábamos carretera hasta el pueblo de los ancestros, todavía anclado en el pasado agrícola de violencia bipartidista, café y frutas. Un día recorrí con mi abuelo el pueblo, fue una experiencia significativa a propósito de éste tema (tradición oral). Recuerdo que:

Salimos de la casona, la contemplamos desde el frente. La casona estaba pintada (él la había pintado) de forma muy extraña, como un cuadro abstracto de Kandinsky o Klee. El viejo me contó sobre la creación del pueblo, luego habló de la construcción de la catedral, el abuelo llegó a decir que él mismo había hecho el diseño y colaborado personalmente en la construcción del campanario de la catedral (después revisé la historia escrita del pueblo y era mentira).

Escuché con mucha atención a todo lo que él tenía para decir, trataba de no interpelar para no hacer perder el hilo del discurso del abuelo. Después de un par de horas de historias el viejo cerró su monólogo y preguntó “¿aprendió menos?”.

Para ese momento, yo era un jovencito de 15 años aproximadamente, estaba comenzando a leer sobre arte moderno, me interesaba entender esa cosa tan extraña que era “arte”. Toda esa parafernalia de aprobación, desaprobación, culto y alabanza a las llamadas “obras de arte” que estaban en los museos. Por supuesto había oído nombrar a Picasso, un hombre que era reconocido como uno de los artistas más audaces de la historia. ¡Uf!, con esa sentencia: “uno de los artistas más audaces de la historia” fui a la enciclopedia y busqué el tomo de la “P”, quería saber qué era lo que hacía Picasso para ser tan famoso y estimado. La enciclopedia no solucionó nada.

Conseguí un libro que se titulaba “entender el arte – cubismo”, creí que era algo muy complejo, que no podía entender, así que lo leí con mucho cuidado, despacito para no perder el sentido; des-pa-ci-to para que no se perdiera la más mínima significación. Al final saqué mi conclusión: puras patrañas. Aunque una tendencia democrática a aceptar la diferencia o una inseguridad juvenil que todavía albergo, me obligaba a reparar en cada libro que mencionaba la palabra “arte”.

Por esos días, al frente del colegio, de forma inusual, se instaló entre los múltiples vendedores de cachivaches y dulces empalagosos, un librero. Tenía entre sus productos un pequeño libro titulado “La necesidad del arte” (de Ernst Fischer. Después me enteré que es algo así como teoría marxista del arte). Allí se refería a los primeros dibujos hechos por el hombre en las paredes de unas cavernas (Altamira y Lascaux) y su supuesto uso mágico. En una parte de ese libro se mencionaba a Picasso, en el libro decía lo que yo ya sabía, pero que no había dicho a nadie: “cualquiera puede pintar como Picasso, hasta un niño puede hacerlo”, solo que él, Picasso era un genio y los otros no.

Él, Picasso, había desaprendido su oficio como pintor, había logrado ser el artista rigurosamente académico (paso por la etapa azul, verde, amarilla, rosada, fucsia, etc.), pero a pesar de todo eso sus cuadros no lo satisfacían, así que se dio cuenta que todo lo que había aprendido no le servía de nada y quiso desaprender todo lo que ya había aprendido. No era tan sencillo como simplemente olvidarlo todo entonces se dedicó con mucha rigurosidad a desaprender. Todas las cosas que sus maestros de escuela le habían enseñado, las hizo, pero al revés. Le dijeron que los buenos cuadros eran los que mostraban elegantes escenas de la alta sociedad europea y él no, prefirió inspirarse en fotos y máscaras traídas por expedicionarios e investigadores que hacían viajes a lugares, para ese entonces considerados exóticos (África). Le dijeron que los colores se mezclaban de una forma y él no, utilizaba cartones viejos, recortes de periódicos y papeles de colores en sus cuadros. En una entrevista un periodista le preguntó que si él pintaba como un niño, a lo que él respondió que quisiera desaprender a pintar, hasta llegar a hacerlo como lo hace un niño. Que el simplemente quería pintar con la misma libertad con la que un niño pinta.

Entonces al fin pude entender algo que me hacía valorar de forma distinta todas esas piltrafas de cuadros pintados por ese tal Picasso. Entendí que así como él se esforzó por desaprender a ser un artista de la academia tradicional, yo debía esforzarme por desaprender a ser un espectador tradicional, una persona que mira de forma convencional; es decir, que debía desaprender a mirarlo todo si quería realmente ver algo nuevo en el mundo.

Cuando leí aquello y entendí esto otro, me acordé de la pregunta de mi abuelo “¿aprendió menos?”. Mi única respuesta es el desconcierto. No sé si aprendí más. ¿más de qué?, ¿de lo qué sabía antes? Entonces el aprendizaje es una suma y yo soy una caja, un contenedor que se llena de conocimiento, o ¿aprendió menos? -Es una resta-, como que la caja o contenedor se le hace un hueco por debajo, por dónde se sale lo que en ella se puso: el conocimiento.

El conocimiento esta lleno de restas, ya que no es absoluto, se reconstruye y se reválida con una velocidad acelerada, por ejemplo las personas antes pensaban que:
- (En la edad media) el cuerpo humano era una máquina hecha por Dios y que había una piedra adentro de él, que podía ser extraída y que esa era la piedra de la locura.
- (Antes de Copérnico) el mundo era plano, no esférico, que nuestro planeta era el centro del universo.
- (En el siglo XVI) las míticas Amazonas vivían en un río en el nuevo continente, acompañadas de sirenas, de hombres sin cabeza y de peligrosos caníbales.
- (Hasta el siglo XIX, muchos de nuestros paisanos) el hombre de tierra caliente era más perezoso que el de tierra fría.
- (En la colonia) los negros e indígenas eran razas inferiores, al igual que (en la segunda guerra mundial los nazis creían que) los judíos eran de una raza inferior.
- (En la inquisición) las brujas estaban entre los hombres y mujeres, y que se debían identificar y exterminar.
- (Antes de Einstein) era absolutamente imposible viajar en el tiempo o clonar a un ser humano.

La humanidad tuvo que desaprender todas esas cosas, pero todavía quedan muchas cosas por desaprender, por ejemplo:
- El modelo económico neoliberal ha demostrado ser un desastre, pero seguimos viviendo en él y firmando TLCs.
- La coca no es “la mata que mata” pero seguimos prohibiéndola.
- Si queremos castigar el consumo de algún producto (cocaína) o servicio (prostitución), con objetivos de mejoramiento social, debemos castigar al consumidor, pero seguimos castigando al productor.
- Si queremos exterminar la violencia debemos resistirnos a la misma, pero seguimos provocando guerras y participando de las mismas.
- Sabemos que hay fuentes de energía que no son renovables y si altamente contaminantes -los derivados del petróleo-, pero seguimos consumiéndolos.
- Sabemos que las fumigaciones con Glifosato afectan drásticamente la fertilidad del suelo, pero seguimos fumigando.

En fin, entre tanta cosa que mi abuelo dijo ese día en el entorno rural, se refirió a la "Madremonte”, me dijo que era una historia tradicional que comparten muchos pueblos del mundo, que según su experiencia, se trata de un invento de campesinos supersticiosos, gente ignorante que frente al miedo que sentían por ciertos fenómenos naturales para ellos inexplicables, buscaban un chivo expiatorio: una mujer que castigaba al intruso que abusaba de los recursos naturales. Igual sucedía con las mujeres del pueblo que resultaban embarazadas sin tener marido o novio, en este caso lo llamaban “Mohan” u “Hombre Caimán”; con los borrachos que amanecían golpeados era porque se habían encontrado en la mitad del camino a su casa con “La Patasola” o “La Llorona” pero que gracias a su valentía, habían sobrevivido y ahora tenían una historia que contar...

Mi abuelo no solamente me hablaba a mi, ocasionalmente, en la finca, le hablaba a las vacas también. ¿Habrán aprendido menos las vacas?

1 comentario:

faer dijo...

Pláceme poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena fe os digo cuanto me parece que puede ser más fecundo en vuestras almas, juzgando por aquello que, a mi parecer, fue más fecundo en la mía. Pero ésta es una norma expuesta a múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado otra mejor. Yo os pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace posible la convivencia entre personas durante algunas horas. Pero no me toméis demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo y que, aunque pretenda educaros, no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos. Llevo conmigo un diablo, no el demonio de Sócrates, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo, para escribir encima lo contrario de lo tachado; que a veces habla por mí y otras yo por él, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos.

Lo fusilamos de: Antonio Machado, Juan de Mairena, 2 tomos, Buenos Aires, Editorial Losada, Biblioteca Clásica y Contemporánea, 1977.