domingo, 5 de agosto de 2012

El montaje Eisensteiniano y la caída de El buque


La cooperativa, salón regional de artistas, zona centro
El parqueadero, Museo de arte del Banco de la República







Eisenstein se hizo famoso con una película promovida desde la institucionalidad revolucionaria del socialismo ruso (el acorazado de Potemkim), un grupo de artistas decide retomar un fragmento de dicha película, el más recordado fragmento, la apoteósica caída de la población civil frente al ejercito zarista que les dispara. Ahora estos artistas retoman esta secuencia y la ponen de paralelo con la experimentación sonora de la caída en cascada de 5000 cascabeles; es como una mezcla de ingredientes dispares, como aguacate con leche o chile con chocolate. Y ¿para qué?, ¿revolución rusa? simplemente la búsqueda de nuevos sabores. 

Algunas cosas han pasado, por ejemplo, las escaleras de Odessa propuestas para el re-make: las escaleras de salida de una sala de conciertos, no fueron prestadas, es como si a Eisenstein le hubieran marginado de su famosa locación y él obsesionado con ésta, hubiera planteado grabar la secuencia allí mismo, sin permiso, a escondidas, ya no como una actuación dramática, sino como un simulacro de evacuación.

Eisenstein realiza la filmación, para lo cual pacta con un grupo de actores amigos, desatar la acción en aquellas escaleras sin previo aviso. Llegan al lugar varios técnicos y camarógrafos que camuflados asumen registrar con sus aparatos los planos previamente asignados, las cámaras deben ser cubiertas y manipuladas lo menos posible para no levantar sospechas, es así que se descartan recursos valiosos como los travelings y planos cerrados.

Seguidamente los actores se encuentran en el punto acordado y de improvisto empiezan a descender la escalera, en cascadas sucesivas y esporádicas van cayendo, uno tras otro, hasta el último que se arrastra para escapar de los disparos de aquella fuerza coercitiva que les retiene.

Al final algunos actores son detenidos, pero inmediatamente son dejados libres. Uno de los técnicos es descubierto y se le decomisa la cámara, que finalmente le será devuelta. Nadie es procesado, uno a uno se alejan de la locación, todo el equipo se reencuentra momentos después a algunas cuadras del lugar, alegres celebran su victoria mientras Eisenstein afirma preocupado que la verdadera lucha esta por comenzar[1], ya que sin haber registrado travelings impecables, ni planos cerrados de gestos singulares, conseguir la narrativa de la epopeya revolucionaria, será, según su fórmula, casi imposible.

Nuestro Eisenstein, en cambio, ha conseguido un registro general de planos abiertos, a veces desenfocados, a veces entrecortados, que sin más muestran el pánico, la coerción y el impulso revolucionario de la acción/simulacro. Lo que ha conseguido es sustituir la temporalidad apoteósica de la propaganda, su acción de registro es ahora la pura realidad, es decir, el presente en evidencia.




[1] Como Eisenstein no se cansaba de repetir, el montaje tiene que proceder por alternancias, conflictos, resoluciones, resonancias; en suma, toda una actividad de selección y  coordinación, para dar al tiempo su verdadera dimensión y  al todo su consistencia. Esta posición de principio implica que la propia imagen-movimiento esté en presente, única y exclusivamente. Incluso, parece una evidencia que el presente es el único tiempo directo de la imagen cinematográfica.” Gilles Deleuze, La imagen-tiempo, Estudios sobre cine 2.