Reseña del libro Entre los deseos y
los derechos. Un ensayo crítico sobre políticas culturales
de Ana María Ochoa
Gautier
A continuación haré
una reseña dónde comentaré de forma general los temas y cuestiones, a mi juicio
más notables, planteados por Ana María Ochoa Gautier en el libro Entre los
deseos y los derechos, un ensayo crítico sobre la obra políticas culturales, libro
del 2003, que he leído en su primera edición de La Silueta, al final de esta
reseña me concentraré en la idea de comunicación utilizada por Ochoa.
El texto a pesar de
ser un texto reciente, se ha convertido en un documento de visita obligada para
los estudiosos de la cultura, ya que es una mirada a las políticas culturales
de Colombia desde adentro, ya que Ochoa, en el momento del estudio, trabajaba
al interior del ministerio coordinando el programa que ella misma analiza en su
libro CREA. Vale la pena a anotar que la investigación para la realización del
libro contó con el apoyo de la Dirección de Fomento Regional, de la Dirección
de Artes del Ministerio de Cultura, del Convenio Andrés Bello y del Instituto
Colombiano de Antropología e historia. Además parte del proceso de escritura se
realizó con una beca de la Fundación Rockefeller que le permitió a Ochoa
participar en el Seminario de Privatización de la Cultura dirigido por George
Yúdice en el Departamento de American Studies de New York University.
El libro se divide
en cinco partes, donde la primera parte corresponde a un oportuno prólogo de
George Yúdice; una introducción a los contenidos del libro; cuatro capítulos
donde se desarrolla el contenido y finalmente una conclusión y una
bibliografía. En la primera parte
titulada “El lugar de la cultura en las políticas de paz y democracia” George
Yúdice, autor de libros como On Edge: The Crisis of Contemporary Latin American
Culture (1992), Cultural Policy (2002), con versión en castellano: Política
Cultural (2004), y El recurso de la cultura: Usos de la cultura en la era
global (2002). Para presentar este libro Yúdice realiza una serie de preguntas
sobre la cultura y las políticas culturales que de inmediato nos muestran la importancia
del documento, dejando de paso claro que ni la cultura, ni las políticas
culturales se agotan en lo que el nombra
como “las instituciones de la ley”, sino que abarca prácticas culturales de la
sociedad Civil, pero enmarcando la discusión de la creación del Ministerio de
Cultura de Colombia como un “Ministerio de la Paz” que el problema es más
complejo, y no se resuelve repartiendo cargas y responsabilidades sobre asuntos
necesarios para el país, por el contrario, esos asuntos es necesario
resolverlos con la intervención (con políticas) en el campo de lo cultural,
pero también en el campo económico, social y político. Sobre este prologo vale la pena anotar que el
propio Yúdice es una de las fuentes teóricas que Ochoa Gautier utiliza para justificar
algunas de sus apuestas, que en este caso no podemos definir como apuestas
exclusivamente teóricas, ya que como anotamos arriba, Ochoa es parte de la
institución que ella misma estudia y por ende su objeto de investigación,
podríamos decir, es su propia práctica.
En la Introducción
Ochoa realiza dos cosas, primero delimita su estudio, anunciando (Ochoa, 2003, página 17):
El propósito de este libro es
explorar la transformación de la frontera entre arte, cultura y política
abordando los cambios en el campo de las políticas culturales durante la década
del noventa en Colombia, tomando como eje etnográfico el trabajo cotidiano de
algunas áreas del Ministerio de Cultura y como contexto de pasamiento las
metamorfosis en el sentido de las artes y la cultura que están sucediendo a
nivel global.
Seguidamente,
delimita la década de estudio a dos hechos, que en su opinión transformarán el
papel de las políticas culturales en nuestro país:
El primero es la oficialización del
país “pluriétnico y multicultural” a través de la constituyente de 1991 (…) El
segundo es la creación del ministerio de Cultura de 1997.
A partir de esta
delimitación Ochoa introduce a cuestiones fundamentales de las políticas
culturales, como su diferencia con el campo de la gestión cultural, importantes
en su estudio, como es el la crítica a la idea de las políticas culturales como
una suerte de “tecnologías de la identidad” que promueven y validan unas
ciertos tipos de “ser” sobre otros; la problemática anterior conlleva el tema
de los textos, ya que como afirma Ochoa, la constituyente de 1991, lo que
permite es la “pluralización de textos”, ampliando en sí mismo lo culturalmente
válido, pero todavía con una noción de INSTRUMENTALISMO de la cultura o de las
manifestaciones culturales para su validación.
En este primer
capitulo Ochoa se pregunta sobre la posibilidad de escuchar al estado, ya que
éste parece anquilosado en una burocracia que le impide incorporar la crítica
como aspecto constructivo y por tanto, plantea casi como un reto para el
ciudadano el hacerse escuchar por parte del Estado. Invirtiendo la premisa
inicial, sobre la cual el gobierno debe esforzarse por escuchar a los ciudadanos.
Es como si la constitución de 1991 hubiera puesto al gobierno con los oídos
abiertos a escuchar a sus ciudadanos, con la idea de construir en conjunto las
políticas culturales, no obstante, la voluntad al no ser suficiente para dar
con una comunicación efectiva de los deseos, que siendo efectivamente
comunicados, movilizarían hacia los derechos. En ese dilema, de la ineficiencia
de la comunicación pareciera que Ochoa, desde su lugar en el Ministerio, le
sede al ciudadano, junto con la posibilidad del desarrollo de su propia
cultura, la responsabilidad de su efectiva comunicación con el Estado, dejando
apenas planteado el tema del lenguaje. Y respondiendo en cambio con la
presentación de una experiencia dirigida por ella misma, CREA: Una expedición
por la cultura colombiana.
Luego Ochoa comienza
a desarrollar su propuesta dividida en cuatro partes, en la primera parte titulada
“Las políticas culturales a partir de la Constitución de 1991”, Ochoa (2003) explora
la manera como la constituyente de 1991 propone saltar de la idea de que las
políticas culturales deben producir sujetos adecuados a ciertos ideales cívicos
burgueses del estado-nación o de las élites regionales, sino que las políticas
culturales ahora cumplen un papel mediador de lo político, lo social y lo
económico. No obstante lograr esa nueva
definición no ha sido del todo fácil, tanto que aún no podemos sentirnos
completamente satisfechos con esa ni con ninguna definición, porque esa
definición es en sí misma una clausura, y como señala Ochoa, porque hay tres
elementos (o conceptos) problemáticos para la creación de una definición satisfactoria.
El primer concepto
problemático es la diversidad, y definir algo que aplique para una multitud o
infinitud de culturas es una tarea continuada. Por ejemplo, en el momento de la
constitucionalización de la diversidad, 1991, que es el momento que Ochoa
define como el tiempo de transformaciones del sentido de la cultura, hubo que
buscar y re-buscar una justificación de eso “cultural” en el campo discursivo
del gobierno, y esa justificación se sorteo con el respaldo de la idea de
“paz”, “desarrollo”, “identidad” y “diversidad”. Y en el marco de la relación
de esa cultura recién definida con el mercado, esa justificación pasa por una
analogía (superficial) entre la neoliberalización como política económica y la
diversidad como política cultural.
El segundo concepto
problemático para la definición de cultura, en Colombia, en 1991, pero también
en nuestro momento actual es el conflicto armado, ya que bajo la necesidad de
acabar con el conflicto, se hace otra analogía, también superficial, entre
cultura y paz. Esta analogía es problemática ya que conduce a una banalización
de la paz y de la cultura también. Además, la construcción de la idea de paz es
una construcción subjetiva, es sobre todo un deseo, que como expliqué arriba,
en medio de la diversidad tiene un problema definitorio, y conlleva a una
instrumentalización de la cultura, y a una segunda simplificación, la de lo
cultural como un ámbito de los derechos y la de lo artístico como un ámbito de
los deseos. Pero resulta que ese ámbito de lo artístico no siempre se traduce
en meras necesidades, ya que eso artístico y cultural moviliza más que
necesidades, ya que fuera del territorio de lo funcional, hay un sentido de
trascendencia, de esperanza y de deseo, sentido que no aflora cuando se trata a
la cultura desde su aspecto social, como camino hacia la paz. En cambio si
aflora cuando lo cultural se aborda desde lo estético. Aquí vale la pena
señalar una crítica que podría hacerle a la propuesta de Ochoa, ya que ella
dice que ese carácter trascendente del arte y de la cultura, puede aflorar también
en el ámbito de lo comunicativo, y yo personalmente, como artista, creo que el
arte, en muchos casos no pasa por la transmisión de información, ni contiene en
sí mismo algún mensaje y por tanto, en el sentido tradicional del término
“comunicación”, el arte no podría manifestarse trascendente en ese ámbito.
Aquí Ochoa parece
tomar una posición conciliadora, entre la dualidad de concepciones, por un lado
una cultura trascendente que solo tiene posibilidad de existencia fuera del
marco de lo social y su instrumentalización para la paz; y por otro lado, un arte
y una cultura que logran su trascendencia precisamente al cumplir una función
social tangible. Esta dualidad parece análoga a la discusión crítica sobre el
arte moderno, explicada por , Christoph Menke (1997), entre la idea de un “arte
autónomo” y un “arte soberano”. Esta discusión crítica no es tan simple como
una dualidad, entre un “arte por el arte” y un “arte solidario” o “arte
políticamente comprometido”, ya que los productos de la cultura y el arte nos
llevan a encrucijadas de sentido, como lo comprueba el propio Menke. En medio
de esta complejidad, Ochoa introduce un nuevo concepto, “lo cotidiano”,
convirtiendo nuestra (simple) dualidad en una triada de sentido alternativo, asumiendo
de paso una posición conciliadora, diríamos siguiendo el libreto que le dicta
su papel como funcionaria del Ministerio de Cultura (Ochoa: 2003, pág. 58):
En las estrategias que plantean lo
cultural como camino hacia la paz, se establece por tanto una relación compleja
entre lo cultural como lo cotidiano y lo cultural como lo estético, ligados
ambos a las necesidades de alternatividad en la reconstrucción de lo social, en
una dialéctica permanente entre cultura como campo de deseo y como campo de
derechos.
Tal vez Ochoa se
refiere a lo cotidiano, como ese lugar para la construcción de subjetividades,
que como dije arriba es el lugar de construcción de múltiples definiciones de
conceptos como “paz” o “cultura”. Entonces, seguimos de momento, construyendo
la definición, dejando de lado cualquier ánimo de clausura, en cambio debemos
abrir nuestra sentidos a una suerte de definiciones más complejas y abiertas,
pero sin querer justificar discursos de paz o pretender obligadas posiciones
conciliadoras (Ochoa: 2003, pág. 66).
Podemos decir que en la actualidad la
forma de establecer el valor cultural de la relación entre lo estético y lo
cotidiano a través de las políticas culturales es un campo en disputa que se ha
exacerbado debido a la multiplicidad de lugares desde donde se constituye el
sentido de las políticas culturales y debido a la manera diferenciada como
distintos teóricos abordan la problemática entre estética, cultura y poder.
En el caso de Ochoa,
quien como funcionaria del MC tuvo que lidiar con el diseño de una política
cultural en medio de esta complejidad, otro factor conflictivo era el de la
capacidad de circulación de productos culturales en diferentes regiones y
circuitos regionales, urbanos y rurales. En este punto me interesa mucho el
concepto de recomposición de geografías simbólicas en Colombia, que se refiere
a (Yúdice: 2001) procesos independientes que establecen sus propios flujos
artísticos. Procesos en los que inciden las políticas culturales y que paso
generan nuevos lenguajes en la comunicación de sus procesos. Para Ochoa lo
comunicativo, por tanto, es constitutivo de las políticas culturales, para lo
cual cita el texto interculturalidad y
comunicación de Alejandro Grimson:
No se trata aquí de postular una
teoría de la comunicación desligada del conflicto, en la cual a mayor
comunicación, mayor cohesión societal; se trata más bien de entender la
negociación permanente de malentendidos y conflictos simbólicos dentro de
esferas desiguales de poder como una dinámica constitutiva de lo cultural y lo
societal.
No obstante la
aclaración sobre el concepto comunicación, nos queda la duda precisamente sobre
su aplicación en la cultura y las artes instrumentalizándolas, ya que según
Ochoa (2003: pág. 77-78) toda política cultural que involucre lo estético –creo
que toda polìtica cultural debe
involucrar lo estético-, tiene un doble proceso de movilización de
significaciones uno con fines estéticos
otro con fines sociales y:
Comprender lo político de las
políticas culturales implica poner a dialogar teorías de poder que se han
desarrollado desde la comprensión de la manipulación formal de lo artístico y
teorías de poder que se han desarrollado desde una crítica deconstructiva a las
dinámicas comunicativas de la cultura –es decir, de circulación de textos.
Varios analistas de la relación arte-poder han notado el frecuente desfase de
teóricos de lo cultural, al considerar lo político en lo discursivo sólo en
términos de representaciones sociales y no también en términos de las dinámicas
formales (…)
Para cerrar esta
reseña del notable trabajo de Ochoa, quisiera además de dejar sembrada la duda
sobre el sentido de la comunicación cuando se refiere a las obras de arte y en
parte también a los productos culturales, ya que como afirme arriba, no creo
que las obras de arte o productos culturales necesariamente sean producidos con
fines comunicativos, ni su interpretación o percepción tampoco debe pasar por allí;
reconozco la necesidad de pensar lo comunicativo en el trabajo de pensar
políticas culturales, ya que según el enfoque de Ochoa, y de cualquier persona
encargada de formulación de programas que se constituirán políticas, es
“traducir” un deseo en una acción concreta, y ese proceso de traducción
necesariamente es parte de esa comunicación de lo cultural que entiendo como
ese límite donde la teoría se hace práctica.
Referencias
Ochoa Gautier, (2003). Entre los
deseos y los derechos, un ensayo crítico sobre políticas culturales, La
Silueta, Bogotá.
Menke, Christoph [1991]: La soberanía del arte. La experiencia estética
según Adorno y Derrida, Visor, Madrid (1997).
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